J. H. se sabe solo a veces pues sabe que solo morirá. Espera que C. , la persona amada lo acompañe, y llorará prematuramente por su posterior partida. Pero a veces se cree ajeno a cualquier finitud, bien acompañado por otros que, por desgracia y en su momento, se fugarán de este mundo. Ellos pero no él : convicción que ayuda a vivir con los otros mirándolos desde lejos y en las cercanías. Sin el autoengaño deberíamos tolerar el filo de la verdad.

J. H. aprendió  guiones en múltiples teatros.  Y su público le ofreció  a veces una ovación entusiasta, con frecuencia un lejano aplauso : gestos que apenas le fueron importantes. Lo que en verdad nunca dejó de rasgar sus vestiduras fueron sus errores, su vacía sensibilidad para atender la sensibilidad de quienes amó obsequiándole curos y sentido a su vida. Se revelarán aquí algunos episodios y ejemplos que multiplicaron su soledad.
 
Reflexiones
J. H. suele recordar la puntual reflexión adjudicada a Sócrates:  el asombro es la raíz de todo pensamiento... Su asombrarse es con frecuencia infantil.  Lo que es aceptable y verdad para muchos, es ilusión o pregunta para él.  Un ejemplo:  pensadores de toda estirpe dicen que vivimos en y la modernidad;  otros se declaran devotos de la postmodernidad. Ambos coinciden en que marchamos hacia delante, gozando dosis superioridades de libertad  si no pública, seguramente reflexiva.  Pero dos hechos le llevan a pensar que este decir es ilusorio, efímero. Cree que una desmodernización fundamentalista nacerá en algún tramo de este siglo, o ya está aquí.  Fenómeno que tiene dos orígenes contrapuestos, aparentemente rivales: las facultades de la computaciòn electrónica de un lado, y la exaltación de algún pasado heroico, del otro.  O màs claramente: google y Mahoma militarizado. El uno por exceso de racionalidad y el otro por intoxicación emocional: ambos se alejan de nuestras ilusorias convicciones obre la modernidad.

Suma y resta
J. H. parece creer que en la vida sumamos  amigos, experiencias, reflexiones, incluso lejanías y odios. Pero también restamos a  través del olvido, de los nombres, cartas y huellas que dispersamos, para que nada – o muy poco -  quede de nosotros. Para enterrar no sólo el cuerpo;  también las memorias de lo que hicimos. Me dice que facilitará ejemplos. Y si y cuando los conceda- se traicionará a si mismo: lo que quiere borrar tendrá aquí  duradera expresión. No es posible vivir sin contradicciones;  sólo la muerte nos obsequia una recta postura.